EL POETA INVITADO LA EDICIÓN:
HAROLD ALVA VIALE (Perú)

Fotografía por Willy del Pozo
Biografía
Nacido en Piura (Perú), abril de 1978. Ha publicado los libros de poesía MORADA Y SOMBRAS (Camión Editores, 1998), ANTES DE ABANDONAR LA SOMBRA (1999), CAÑAVERAL: LIBRO DE TIERRA (2001), SOTTO VOCE (Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 2003), EL SONIDO DE LA SANGRE (Altazor, 2006), LOS EXTRAÑOS (Altazor, 2009) y la novela BURDEL (Altazor, 2009). Desde abril de 2003 hasta marzo de 2004 fue Representante General del Fondo Editorial Cultura Peruana con el que promovió PERÚ LEE. En mayo de 2004 fundó EDITORIAL ZIGNOS, sello que dirigió hasta abril de 2008. Es el Director del Festival Latinoamericano de Poesía PAÍS IMAGINARIO. Ha publicado LOS DIEZ (El Santo Oficio, 2006), 18 POETAS LATINOAMERICANOS (Zignos, 2006) y LITERATURA DE PIURA (FECP. 2007). Sus poemas han sido traducidos por Anthony Seidman para THE BITTER OLEANDER (New York) e incluidos en diversas antologías. Ha participado en el II Festival de Poesía Latinoamericana POQUITA FE 2006 (Chile), ha sido invitado a los festivales ANIMAL DE MONTE (Guatemala, 2008) y EL TURNO DEL OPRIMIDO (El Salvador, 2008) Actualmente es editor adjunto de Altazor.


Poemas. Selección por Eduardo Leyton-Pérez

I

Debo estar enfermo. Anochece en mis ojos ahora que todo está sellado. El tipo que proyecto en la ventana sabe que todo está sellado. Intento perderme: Le hablo a los fantasmas que aparecen al otro lado de la tragedia. Lo escupo. Apago las luces para que desaparezca y me deje en paz con esos aguafuertes. No sé hasta qué punto un hombre destroza con insensatez los nervios que equilibran la corriente. Debo estar enfermo. El agua se detiene cuando hablo y yo la difumino con este olor a sangre, con esta velocidad, con este tajo de ansias que excusa el desviado placer de un asesinato.


V

Debería coger el sable, clavarlo en mi lengua y evitar pronunciar otra palabra, enterrarme con vida en la mitad del precipicio, pedirle perdón a la que sufre y regresar a ser el hombre común asesinado por sustancias.

Estoy hecho de tragedia.

Mi voz no puede impostar un tema extraño, cómo hacerlo, con qué tono, sobre qué escenario si mis pasos conviven sobre un árbol y en mis manos no queda un solo dedo sino agujas, filudas chairas que se frotan con saña en mi cabeza.

Intento, más allá de todo, no temblar cuando camino: miro con rabia lo que pasa, culpo de esto a mi confianza y regreso a los mismos aposentos, a mi calle ruin, a la ventana donde busco quebrarle al aire un ala.


 
VI

Pienso en tus poemas, necesito decirlo ahora que la tarde cae como un tema de Lou Reed y nadie escucha por las bocinas de los autos cómo le rompe el corazón con su tristeza a la guitarra.

Pienso en tus poemas y recuerdo a Pizarnik: repite un verso de Artaud, lo imagina escribiendo una frase suicida sobre las paredes del manicomio, de pronto descubro un texto conocido, una palabra entre todas las palabras cuya forma reivindica este frío, este silencio entre el bullicio donde una fruta exclama tu nombre y yo dejo de escuchar a Lou, olvido a Pizarnik y regreso a tus poemas, a la tapa roja donde un corazón arde como un animal que se prohíbe la derrota. Intento escapar a eso.

Retorno los ojos a los muros de los edificios.

Dibujo un graffiti mientras busco alguna frase y regreso sobre esta página a escribirte este poema y de nuevo me pierdo y de nuevo llega el aire con el aleteo de los pájaros y de nuevo la calle me lanza a tu distrito y de nuevo Artaud escribe con su tiza y no hay nadie que me invite a retirarme de esta página.
Busco un motivo, una señal para no ponerle punto final a este libro. Pienso en tus poemas y Lima enmudece. Es domingo. Afuera alguien canta como un desquiciado, la noche misma regresa y canta. Pienso en tus poemas y me retiro del teclado, como el sol, como un oscuro sol que nunca toca el agua de la playa.


XIX

Había perdido los ojos, la voz, mis dedos olvidaron la forma de las letras. Todo se volvió oscuro. Yo estaba al centro, desnudo, descalzo, con las manos atadas en mi espalda, con los pies penetrados por agujas, por enormes agujas que traspasaban los tendones; mi lengua misma era un pedazo de carne arrojada al fuego, pero sobrevivía.

Lima no logró degenerar mi instinto, mi sed.

Estaba solo, sobrevivía terriblemente solo acostumbrado con mi oficio, soñándote, imaginándote, repitiéndome a diario que existe alguien como yo en esta parte del planeta, entonces olvidaba que había perdido los ojos, la voz, recordaba las formas de las letras; la selva se abría como el sexo de una adolescente, yo estaba al centro: las manos se desataban de mi espalda, mis pies todavía penetrados por agujas, mi lengua recitándole versos a ese fuego que intentaba mutar sus nervios en cenizas y te esperaba, te seguía esperando.

Arrodillado frente a un muro imaginario, oraba porque recuperes la memoria y salgas en mi búsqueda. La noche abandonaba su condición terrible, yo recuperaba mi condición terrible, me hacía el fuerte, me refugiaba en la torre más alta de esta ciudad y desde allí observaba lo inmenso de sus fauces y te buscaba, te buscaba con desesperación, te buscaba con odio, te buscaba con ternura, sin embargo, el único gesto que llegaba era el puño cerrado de la ausencia, el puño certero de la ausencia, más allá de eso nada, sólo yo, de nuevo, con esta soledad que, pese a tu presencia, continúa desollándome los labios, la voz, la lengua, esta lengua que no ha dejado de sangrar desde que descubrió tu lengua.


XXI

Ven, dile a este poema que no hay nadie más allá de tus palabras, nadie acercándose a tus ojos, a tu estructura de fiera imaginaria; interpreta sus señales, observa las huellas que lo ponen de pie frente a la playa, sobre el viejo acantilado donde se arranca los dedos como quien sortea una cábala, como quien caza el estertor de un pájaro, su alada boca que perdona este lenguaje.

Ven, crúzate a ti misma con la oscuridad de un árbol, con el vigor de un árbol que incendia sus raíces cuando la calle lo amenaza. Pronúnciate, ataca con tus verbos, sángrate la lengua, ruge tu nombre como quien funda un extraño mantra.
Olvida la forma, olvida las figuras literarias.



XXIV
Tu nombre nada tiene que ver con los animales oscuros que aparecen en mi almohada, ellos vienen a cobrarme viejas deudas, asesinatos pendientes, traiciones que ejecuté mientras dormían. Hoy aquí están esas criaturas, son enormes. Azazel tiene la piel color aceituna, siete coronas penetrándole las sienes, pero Azazel ya no sangra, sus ojos ya no sangran, sus labios redondos ya no sangran.
Tu nombre nada tiene que ver con esos dientes que caen durante mis pesadillas, ellos se hunden sobre las sábanas, se siembran como falos inertes, “Yo soy tú” me dice Abigor y yo no soy él; estoy convencido que mi tragedia nada tiene que ver con Abigor y sus huestes.
Retorno al sueño y te busco, intento salvarme sujetándome a tu nombre que, repito, nada tiene que ver con esto; me sujeto a esos dos golpes de lengua e intento escalar con él y refugiarme en esta nueva ciudad donde no existe el miedo a ese sonido, a esas palabras que me repiten con su eco: “aniquílate” “aniquílate” aniquílate”, que debo cortar con esta incertidumbre, con estos puentes sobre los que noche a noche me siento a meditar sobre esas bestias.

Necesito perderme contigo ahora que el sol ha muerto

Y nadie regresa por nosotros.



XXXII

La noche reprocha mi lentitud para escribir algo sobre la tarde y este seis de abril que avanza como un cuchillo que destaja el pellejo de un animal, de una bestia que se enfrenta con su sombra para no someterse a la imagen con la que choca en el espejo, sobre el extraño vidrio que copia su aullido, la queja oscura con la que se pierde más allá del horizonte, de tus ojos que se han olvidado de volver a la cruz de los teléfonos, al frecuentado diván de tus angustias donde imaginas otro silencio, otra tarde en la que nadie detenga al pájaro que se lanza a buscarte en otra entraña o en la túnica de estrellas que sepulta mi condición de grito que se escribe para no darle gusto al vacío de esta página, a la soledad de esta página, a este tipo de letra con el que disfrazo las palabras más allá de ti, más allá de este seis de abril cuando mi padre marca su segundo mes de ausencia, su segundo mes de duelo con los icebergs del subsuelo, más allá de este proyectil al que pateo contra el perturbado canto de una sirena punk, de una estructura de asombros que me retorna a mi situación esquizo, a mi condición salvaje que ha perdido la destreza para articular un poema, algo que excuse mi presencia frente a esta hora que ataca con su vaho la impecable soledad sobre la que, otra vez, se inclina mi arrogancia.





XXXIII

¿Y si me amputo los brazos para no transmutar la metáfora que vislumbro en las tinieblas, la inoportuna excusa para alucinarte en lo que escribo como si no habría sido suficiente el guiño con el que la parca destruyó mis ojos en un culto a tu inocencia? ¿Y si me retiro de esto que no sé adónde termina para recuperar mi condición de pájaro nocturno, de cuervo en cuyas alas reposa la fragancia de mis muertos? ¿Y si me oculto en otro registro de escritura, en otro género al que seguro sometería con destreza?: definitivamente no habría sido yo quien haya sangrado estos poemas.



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