La Citroneta:
SIGNIFICACIÓN DE LAS COSAS EN CARLOS RENE CORREA


por Samuel Maldonado de la Fuente




Podemos iniciar nuestro imaginario recorrido por la vida del poeta Carlos René Correa, realizando una fuga hacia es lejano 18 de septiembre de 1912.

“Rechinan los goznes y mi alma los escucha y busca aceites de los olivares del abuelo Buenaventura, para que ellos guarden silencio”. “El río Teno había crecido en crespas aguas y su vorágine cabalgaba potros espumantes hacia las lejanas playas de Iloca”. Así describe el poeta, su visión del día en que vio la luz, de igual manera, dice “ así “era el gran río de mis sueños”. Nos canta el poeta.

A su padre lo describe como “un hombre de espíritu limpio y corazón pastoril”. Fue entonces, cuando al acontecimiento de este nacimiento, partieron sus familiares hacia la serranía en busca de “Ñá Anastasia”, la partera que llega amarrada en su yegua overa por la solitaria calle de la aldea. Esa era la memoria que el poeta rememora.

Existen grandes poetas cuya obra influye en todo el ámbito de la lengua, como Neruda y Vicente Huidobro, y en menor escala la Mistral. Podemos sumar estos a Nicanor Parra, cuya "antipoesía" pesa en muchos círculos de Latinoamérica, particularmente en la más nueva poesía cubana y Argentina. Pero este hecho, y el constatar que existen por lo menos diez o doce poetas de primer orden en el país, hace las veces de un biombo de autocomplacencia que oculta a poetas de la talla de Carlos René Correa, Augusto Santelices, Jorge González Bastidas y otros representantes de las corrientes naturalistas, criollistas y láricos de la región del Maule.



El poeta y su condición

Fuera de Pablo Neruda y de Pablo de Rokha, que debía recorrer duramente todo el país vendiendo los libros que ellos mismo se editaban, ningún poeta chileno ha vivido o podría vivir exclusivamente de sus obras. Y esto es grave, un obstáculo a una labor creadora que necesita continuidad y dedicación en grado que llamaríamos de oficio, en contra de la opinión general o hasta de las boutades que se permiten los mismos poetas, como aquella de Jean Cocteau, que afirma que "poeta es un escritor que no escribe", y la de Saint-Pol Roux, que colocaba un letrero que decía "El poeta trabaja" cuando se retiraba a dormir.

Poetas como Teófilo Cid y Pablo de Rokha, para citar casos recientes, pretendieron unir la poesía a la vida y fueron descalificados como "bohemios", pese a que Pablo dejó cerca de veinte libros inéditos y Teófilo Cid era un ejemplar hombre de letras, en constante actividad, y alcanzó a publicar media docena de obras. Su presencia en la sociedad era una acusación y llegaba a ser "cuando no inoportuna, deprimente", como dijera el mismo Teófilo Cid a la muerte de Pablo de Rokha.

Por esto, entre nosotros, los poetas por lo general suelen refugiarse en los resquicios que les dejan libres, los desperfectos de las maquinarias, de la burocracia, horas de clases semanales, la hora de colación, o el intervalo entre cada paciente y por lo tanto, nunca dejará en segundo plano su obra creadora. Pero si las labores burocráticas son opacas o innecesarias producen serias frustraciones, y si el poeta decide hacerse "responsable" termina muchas veces por sepultarse bajo el polvo de los expedientes, según la expresión de Paul Valery.

Por esto, creo que en nuestro medio no se ha dado el tiempo humano al poeta ciento por ciento, como lo fuera Aragon, Paul Eluard, Rilke; o Maiakovski y Essenin. Fenómeno por demás extensivo a poetas como Ruben Campos Aragón, Manuel Astica Fuentes, Max Jara, Jorge González Bastidas, entre otros.

Poetas como Carlos René Correa, desarrollaron en silencio y sin ostentación su producción literaria. Con razón ha dicho Gonzalo Rojas: "...si mi palabra no hubiese sido escuchada: ah, entonces no habría sido igual! En eso voy. Abriendo el mundo, como puedo, con mi palabra, que es sólo parte de la palabra de los poetas".

PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

La literatura curicana de principios del siglo XX, cuando nace el poeta, posee una serie de interesantes ingredientes, que está marcada por una acentuada emigración de escritores y poetas. Los espectros para la educación y su conformación como ciudad, tienen límites muy restringidos. Un Curicó colonial está ante nuestros ojos. La ciudad limita entre viñas, dispersas casas patronales y callejones polvorientos.

Venimos saliendo del siglo decimonónico, con visión retiniana y fuertes vestigios del romanticismo, es toda una tradición clásica.

Por Curicó, se pasea el Vate Pedro Antonio González ( 1863-1903), deambula por la ciudad, en compañía de Antonio Bórquez Solar y escriben la revista “Lilas y Campánulas” y se acercan al diario “El Industrial” en 1898 para ser editados.

El siglo se inicia con los periódicos “La Época”, “El Nacional”, “La Verdad”, “La Provincia”, “El Diario y “La Estrella de Chile” entre 1902 y 1907. Y los Diarios “La Prensa”, “La Alianza”, “El Heraldo”, “La Nación”, “La Democracia”, “La Idea”, y el Diario “El Comercial” el medio que más incentivó en su época, la literatura.

Esa es la época del nacimiento y primera juventud de Carlos René Correa. Debo decirles con cariño y orgullo natural, que tuve la gran satisfacción de haberlo conocido, y ser su amigo, de pasearme con el en innumerables ocasión por Rauco y Curicó.

En una anécdota que lo refleja, en el año 1984 me tocó el privilegio de organizar el cincuentenario del fallecimiento del poeta Alejandro Gutiérrez de Rauco, en la casa donde naciera éste, Carlos René Correa viene en compañía de Manuel Francisco Mesa Seco, Braulio Arenas, Manuel Astica Fuentes, entre otros. Al término de la jornada vamos de visita a una “Quinta de Recreo” organizada por el folklorista Cheo Fredes. Carlos René expresa allí: “Soy como las viejas Victorias que deambulan por las calles de Curicó, a las que ya nadie reconoce”.

Su poesía lo retrata estéticamente. Jamás mostró a través de su lírica un pesimismo que podría hacer mórbida su creación, sus imágenes trasuntan una fuerza que invaden la tela, con cuyo pincel lleva a la realidad plena. Eso es Impresionismo, lleno de imágenes primigenias, naturales de una patria propia y original.

Fluye de su pluma, esos cantos diáfanos, suaves y cristalinos, musitándolos casi en sordina, como susurros al oido del espíritu, esa poesía de su corazón, la trasvasija en versos con delicado aroma creando una aura emocional que es un verdadero amor por la vida. Con su fuerza expresiva natural, el poeta pretende develar lo esencial de las cosas, en la soledad de sus preocupaciones.
Desde su aldea; como la de Jorge González Bastidas, en Infiernillo; como la de Max Jara en Yerbas buenas, como la de Rubén Campos Aragón en Linares; Como la de María de Tapihue; emerge Carlos René Correa en Rauco, con sus versos emotivos, láricos, de honda preocupación social, que cada día nos maravilla más. El poeta tiene esa vocación social que comparte con los demás, líneas de pan, de amor, líneas de fe, nostalgia de un pasado que cabalga sus versos. Las cadencias de su poesía, deambula entre los cerros, las nubes, la luna, los puquios y los personajes del pueblo, que emergen con mágia a través del recuerdo de Rauco.

Es a su vez, un poeta místico que eleva sus versos a las fuerzas divinas, aunque no deja de ser telúrico. Su voz suena a nostalgia desenfrenada, emergen aquí sus evocaciones rauquinas, cuyas imágenes son el hombre frente a su hábitat, tendiendo al infinito.

La mayor intensidad poética de su obra, radica en la naturaleza humana y social; sus personajes, se enmarcan en un universalismo terrenal; amar al pueblo como al arte, por lo tanto unirlos en una columna vertebral, nacida de un sentimiento mesurado, con la hondura del pensamiento reflexivo.

En suma, un autor para ser leído detenidamente y cerrar suavemente sus páginas y volver a leer...

“ Otoño con manteles
de pámpanos y colmenares.
El día muere en la cruz
y alza un árbol.
Todo es memoria
sin nostalgia
de amores pasajeros
río de luces
en la mano de la tarde.”

Carlos René Correa, como hombre, como poeta, quedará pegado a nuestra tierra como agua cantarina y serpenteante que no cesará su carrera hacia el mar, como los puquíos rauquinos de sus poemas, como lo hicieron Augusto Santelices, Pablo de Rokha, o Alejandro Gutiérrez.
Su imagen de poeta lárico estará siempre junto al mar, a su tierra honda y profunda, gredosa como los crepúsculos y que elevarán sus poemas en su materia cósmica a través del tiempo.
Al inicio del libro ¿Quién Soy yo? Dice:
Alguien golpea mi puerta.
- ¿ Quién?
Soy la Aldea, me responde
Es Rauco, que en idioma aborigen significa “Agua de Greda”, quien me despierta de un sueño.”

Carlos René Correa.

Solíamos encontrarnos en Curicó cuando llegaba de Santiago, me traía suslibros autografiados y nuestro punto de encuentro, era la “Botillería El Patito”, de propiedad del historiador Patricio de los Reyes Ibarra. Ibamos al aperitivo del mediodía que finalizaba a las 19 hrs.

Carlos René Correa recuerda su partida de su natal Rauco: “ fue una mañana de abril de 1924, fría y azulenca, cuando en compañía de mi padre partía a Santiago”. Mis lágrimas de niño caían sobre el caballo...allá quedaba mi madre, mi hermano menor, mi perro Vulcano y mis gatos”.

Siendo redactor del Diario Ilustrado de Santiago, una tarde apareció en su oficina, un tanto destartalada, una jovencita de melena rubia, con grandes ojos azules, rostro encantador; delgada como una espiga, quien le trajo un poema:
“El sol se hirió la cintura
En una peña del mar
Inútil lo lava el agua,
Nunca lo podrá sanar”.


Dialogaron brevemente, el le pregunta su nombre, ella responde Mónica Silva. Al poco tiempo dejó su vida solitaria, porque María Silva Ossa y no Mónica como ficticiamente se presentó, se convirtió en su amada esposa con quien tuvo ocho hijos y a ella dedica ese bello poema:

“Se desgajó tu cuerpo
y te nació una flor....
Ha crecido mi nombre
junto con el amor:
el hijo sabe el canto
de mi nocturno don”

Nació en Rauco, al igual que Alejandro Gutiérrez, poeta de los viajes marinos y por lo tanto las dos voces firmes de esta tierra de viñedos y áridas serranías.
Este pequeño poblado, que el poeta recuerda casi como una aldea, llena de significaciones y maravillas como las pinturas de Marc Chagall.

En 1936, publica su primer libro “ Caminos de Soledad”. Más de 20 obras engalanan su trayectoria de hombre dedicado a las letras.

Falleció en Santiago a los 87 años, cuando aún conservaba el vigor poético, si bien afirmaba modestamente que era un desconocido entre su pueblo. En verdad Carlos René Correa fue uno de los literatos más prolíficos de esta tierra.

“Caminos de Soledad” (1936) Poemas.
“Romances de Agua y Luz” (1937) Poemas.
“Significación de las cosas” (1940) Prosa.
“Romances de Santiago del Nuevo Extremo” (1941)
“Quince Poetas de Chile” (1941) Ensayo.
“Cuento y Canción” (1941)
“Poesía en la Bruma” (1942).
“Tierras de Curicó” (1943).
“Poetas Chilenos” (1944).
“Comienza la Luz” (1952).
“Biografía de una Aldea” (1957)
“Gris” (1959)
“Poesía” (1970)
“Jorge González Bastidas: El poeta de las Tierras Pobres” (1070)
“Luz y Poesía del Seminario de los Ángeles Custodios” (1971)
“Poetas Chilenos del Siglo XX” (1972) Ed. Zig – Zag.
“Camino del Hombre” (1974).
“El Árbol y sus Voces” (1982).






Samuel Maldonado de la Fuente. Poeta, narrador y ensayista de larga trayectoria en las letras curicanas y de la región del Maule. Fundador y editor de revistas literarias y periódicos como "Sucesos" (Linares); "La idea de la semana" (Curicó) y "Signo" Ha publicado "Adolescente". Poemas (1968); "Muro de los borrachos", Cuento (1969); "Voces de Rauco: Alejandro Gutiérrez Leyton", Ensayo (1982); "Senderos del tiempo", Poemas (1983); "Poesía de tiempos invisibles" (2000) y "Visión personal de la literatura curicana", Ensayo (2006).