El debutante de la edición: Juan Bidlake
IN GOD'S COUNTRY

por Juan Bidlake(*)

En los días en que tenía tiempo propio, mi gusto era subirme labicicleta con soundtrack incluido. Podía estar horas vagabundeando porlas seguras calles de la ciudad de las tortas si me aseguraba un buen soundtrack en el destartalado y pesado walkman coreano.

La mejor parte era cruzar las poblaciones del “sector poniente”–eufemismo que se usa en Curicó para referirse al popular sector Aguas Negras- escuchando “In God’s Country” de U2 a toda la potencia que mispilas no alcalinas pudieran dar. La Ciudad de Dios, con su imponente Avenida Balmaceda, llena de colectivos enloquecidos con numeraciones ydiseños arbitrarios. La Ciudad de Dios con sus mujeres regordetas apunta de chicharrones de cerdo y embelecos expedidos en los negociosque ilustran cada bendito pasaje de barrio… La Ciudad de Dios, con sus habitantes llenando las calles, con sus chicos con mocos colgando persiguiendo volantines que se van cortados, y jóvenes en las esquinaspateando las piedras a la espera del evento necesario que les prometería cambiar su eterna vida de temporeros.

Un soundtrack para la película que me armaba sobre una bicicleta, pedaleando el carrete del film que ilustraba mi vida marginal. La Ciudad de Dios a este lado de la línea de ferrocarril con Bono directamente conectado al oído. Sólo un barrio como este podíaproducir adolescentes cicleta-gráficos como nosotros.

Por las noches era aún mejor. En muchas esquinas, en los márgenes delos breves jardines de la Prosperidad, dueñas de casas vendiendo papasfritas sobre fogatas portentosas que ilustraban de luz los delgados pasajes de barrio y por pocas monedas saciaban nuestra ansiedad nocturna. Cucuruchos de papel portadores de placer salado que hacíandigno el paseo callejero. Y mientras nos chupábamos el aceite de losdedos, bajaban de las micros las huestes de la temporada de la guinda,de la cereza, de las manzanas y las peras, los endurecidos cosechadores del tomate, todos con sus bolsas de plásticos conrecipientes de más plástico, vaciados de sus colaciones con las que celebraban al mediodía la dignidad de tener trabajo. Y las ventanas abiertas, y las teles encendidas ignoradas, porque todos asomaban suscaras a la calle, y las muchachas untaban sus labios con brillos de Avon para que al paso deseáramos besar, morder, succionar el sabor desus labios; y los jóvenes lucíamos poleras veraniegas recién lavadas,estrujadas y secadas en el sol del verano. El calor asfixiante sehabía ido con su padre sol y la noche temperada nos permitía volver alo nuestro: la calle.

Los colectivos cruzaban raudos llevando y trayendo gentes con sus paquetes y bolsas de frutas y verduras que nos venían a contar con sus aromas la abundancia de las nocturnas ferias libres, verdaderas fiestas en que el campo y sus hijos pródigos de las poblaciones sevolvían a encontrar. Y abríamos las bolsas plásticas llenas deguindas, y jugábamos escupiendo sus cuescos enrojecidos en los sitios eriazos, en la polvorienta cancha de fútbol frente a tu casa, para quese encontraran en algún momento con las suelas de las zapatillas de nuestros amigos que nos venían a buscar para cachar qué onda esta noche…

Cada noche de verano era un promesa, en rotativo. Los dueños de los negocios se instalaban con una silla en las entradas de sus Puestos Varios a vitrinear a sus consumidores, y las señoras que hacíanrespetar su título de dueñas de casa combatían el polvo aprisionándolocon gotas de agua, del rocío de sus mangueras flexibles que cruzaban las veredas. Los niños corrían en sus bicicletas a toda energía, inacabables competencias de velocidades imaginarias, de destrezassobre el pavimento olímpico. Y todo éramos felices, por derecho propioo por arrendamiento.

Las ventanas abiertas expelían música, y las sandías refrescantes enlos manteles de plástico impregnaban el barrio de su aroma empepado, ysu jugo pegajoso parecía que se instalaba para siempre en las bolsas plásticas de basura, donde las cáscaras esperaban, frágiles, vulnerables la compresión final del camión recolector o ser arrojadas al polvo y pavimento por el perro del vecino.

Y yo quería besar tus labios gruesos. Y tú querías que Brad Pit tviniera a buscarte. Y de fondo la FM local se galanteaba con su buen gusto de clásicos anglos para el adulto joven y nosotros aprendíamosdesde nuestras casas de subsidio quién era Jim Morrison y cómo sonabala guitarra-voz de George Benson. Y nuestras minúsculas radios laspotenciábamos cerca de las ventanas, y mi hermano gozaba apagando lasluces para hipnotizarnos con la led roja de la Panasonic XT-1800, comosi fueran los ojos de los clásicos del rock que nos miraban desde el mismo sueño a que nos llevaban.

Los cigarros sueltos se repartían entre nuestras manos, y sus brazasentre nuestros labios. Eran soles en esas galaxias nocturnas. Y yo teamaba porque no querías amarme, y tú amabas la idea del amor sin amarme, mientras la voz de la FM citaba citas citables. Tú lasanotabas como un recetario de felicidad con tu redondeada letra dealumna aplicada de colegio comercial. Las noches eran breves y nuestros impulsos sudorosos en la RepúblicaIndependiente de las Aguas Negras.

A la una de la madrugada las calles quedaban casi vacías, para que lasluces de los minúsculos living-comedores se mantuvieran encendidas conlas ventanas abiertas, y los visillos volando… se bebía té y se comíanabundantes ensaladas de tomate que devorábamos con el crujiente panfrancés de la panadería El Angel. El juego de naranja en polvo saciaba nuestra sed acumulada, bajo el auspicio de nuestras orgullosas jarras de plástico que en esa temporada se sabían el más demandado utensiliode la cocina.

Y entonces podíamos dormir con la ventan abierta, y si la luna estaballena iluminaba nuestros rostros y encendía de sombras los patios denuestras casas y su tierra clara. Y soñábamos con nuestros amores deturno, con nuestras pasiones violentas, mientras por la ventana secolaba el olor a pito que los chicos fumaban en el paradero de micro.Y volábamos todos; en sueños o en canabis, aclarábamos nuestras preguntas, nos formulábamos cuestiones importantes y nos dábamos permiso para soñar a pesar del día que en pocas horas más se nos veníaa caer encima, en la bendita Ciudad de Dios.







N. de la R.: Este fué el diálogo que la redacción tuvo con este fugaz autor al ser requerido sobre su identidad, apariencia y naturaleza tras contactarse con el editor bajo el mote de "Colaboración desvergonzada":

EDITOR: "Compañero: En la desvergüenza y el desatino de enviarme este atentado de última hora, sería bueno tambien verle la cara. Mándese una fotito "más que sea" para que podamos incluírlo. Buen material. Saludos."

JUAN BIDLAKE: "Estimado Editor: Imposible acceder a su petición de imagen del suscrito. Tengo una buena imagen -forjada a punta de simulaciones y forzadas buenas maneras- que debo esforzar en mantener. Haga caso omiso de ese tal Julio Bravo que aparece en el remitente. Es otra simulación. Cordialmente, Juan Bidlake."