Narrativa
"SANTO SUDACA"  de Claudio Maldonado.

Gracias a la colaboración de su autor, Aeropoética se complace en entregar a nuestros lectores el prólogo y el título que abre "Santo Sudaca", colección de cuentos publicado por Editorial Fuga (Chile) en 2009.  Los restantes cuentos aparecerán sucesivamente en las siguientes actualizaciones de la revista.






ANTI - ÉTICA E  IRREALIDAD

                                                                                     
por Gilberto Sanger.

    Señor Maldonado:
                                  Debo partir  diciendo que  el título SANTO SUDACA  me parece de una arrogancia y falta de respeto a prueba de todo estilo. Autodenominar sudaca a la condición de latinoamericano del sur no sólo lo  menosprecia a usted como escritor, también violenta  a todo su posible y pequeño público lector, ¿O con aquella peyorativa españolada pretende hacerle creer al mundo que sólo somos los mártires del sufrimiento post colombino? ¿Los fantasmas arrasados de una América recordada sólo por sus oníricas y antiguas batallas floridas? Es un ultraje al Inca Garcilaso, y también al nuevo hombre sudamericano, a ese individuo que hoy cree más que nunca en el progreso de su gente. ¡Qué hubiera dicho el gran Bolívar si en su escritorio le hubieran presentado un fárrago con semejante denominación! Y no contento con este delirio, usted le añade el término santo. Critico el santo como adjetivo y en todos los significados del Diccionario de la Lengua Española, pues el  santo de sus cuentos no presenta nada de perfecto, ni de limpio de toda culpa, ni muchos menos este santo es un ejemplo de virtud. De sencillo y poco avisado este santo nada tiene, pues las perversiones son  malformaciones de un núcleo social enquistado en una dictadura militar y en una nueva democracia feble a los ladrones y corruptos internacionales. Dejo de lado la idea del santo en la idea de la fiesta onomástica de una persona, muchos menos en la idea del santo y seña  que es refrán o acertijo del que quiere entrar a un chinchel de compadritos o a una base nuclear en Alabama. Sólo me queda el último significado para este santo: “Imagen de un Santo”. Y es probable que sea el más certero para definir los caracteres que encarnan a los personajes de este proyecto de libro. Que reitero es un  auto insulto a los fracasos de la gente anónima de este glorioso y aporreado país.
    PEGAFUERTE: Un cuento con un dinamismo y una tenacidad que se utiliza sólo para emporcar la figura viril del hombre de provincia que entrega sus pasiones al deporte del boxeo. ¿Es que acaso las taras sexuales (ahora tan expuestas en los medios) son sólo propias del hombre pobre y esforzado? Al final no mucho que decir sobre este texto, sólo que es  uno de los tantos discursos que nos confirman que a nuestros ídolos humildes (véase la historia de Fernández “Fernandito”, “El mono Gática, el “Loco Rendic” o el mismo  Martín Vargas) los rebajamos hasta convertirlos en parodias irreales. ¿Se habrá escrito algún cuento en Chile contando las innumerables borracheras en el mundo del tenis? ¿O  las constantes drogadicciones en el mundo del Polo? ¿O las perversidades sodomíticas (si las hubiere) en el mundo de la esgrima nacional.
     SULTÁN: Sigue en la línea del texto antes criticado, si bien más breve, no es menos decadente en su discurso, sin embargo (más o menos bien escrito)  nos muestra una verdad que no podemos ocultar, el gran daño que la televisión actual le hace a nuestra juventud, al insinuarles que el éxito y el reconocimiento están en llegar a ser famosos de cualquier forma. Sin embargo y sin  hilar tan fino el lector avisado se pregunta: ¿Es necesario lo escatológico para representar esta verdad? Al final el personaje pareciera que no tiene otra salida y que hasta su muerte seguirá mudo en su mediocridad, mudo por el grotesco de vivir con su lengua eternamente enquistada en la zona fecal del pensamiento.
     AGUA NEGRA: Me recuerda a un  gran  libro de Enrique Lafourcade de 1950,  Pena de Muerte, o aún más: Al lugar sin límites de José Donoso. Pero creo que aquí el mundo homosexual es tratado en forma simplona, con un lenguaje coloquial de ironía y jugarreta. Lamentablemente  el cuento  carece del barroquismo esperpéntico del gran Pedro Lemebel, donde lo erótico nos es una realidad liberadora como lo escribe George Bataille en la revista Critique, sino un sentido culposo. Un sentido que el realismo socialista le dio a los textos creativos en los años de esplendor de la URSS.
    CONTEMPLACIÓN: Es una suerte de vodevil  etnográfico chilensis. Cuento de cuatro partes, que ya en sus primeras líneas deja claro la infortunada imagen que la voz narradora  tiene acerca de los poetas nacionales actuales ¡Cuál es el miedo a que la poesía nazca de un estudio científico y cultural! ¡Que importa que los esfuerzos líricos se concentren en educar a la gente! ¡Tanto mejor! De esta forma contribuimos a que los marginados entiendan que muchos de los artistas también se sitúan en su propia “barricada cultural”, siendo, como dice Pound, las antenas de la raza, los verdaderos voltímetros y manómetros de la vida intelectual de la nación.  
BOMBERO CHICO BUENO: Tiene una prosa breve e hilarante, que me recuerdan los textos de Andrés Gallardo o los de Juan Tejeda, donde la risa (y no la burla socarrona)  siempre están a todo trance y la anécdota en si misma se va construyendo sobre hechos fortuitos que se van desintegrando como un chiste de Cantinflas.
LECCIÓN DE BICICLETA: Es un cuento lleno de tenor poético, casi podríamos hablar de un aceptable Creacionismo narrativo, pero que a la luz de ciertos pasajes se pierde en la inconveniencia de no decir las cosas como son. No sé si será cuestión de estilo ¡pero yo prefiero ser  amigo de Juan Pueblo y nombrar las cosas que están dentro de la realidad de una manera real. A los niños no les hablemos de Pinocho, digámosles Perrochet. No les conversemos del Jardín Degenerado, ¡charlémosles de la promiscuidad sexual que nos revienta el alma y el futuro que no existe! ¡Seamos amigos de Juan Pueblo! y que no importen las esdrújulas.
LA RATA DE JUDAS:   Una mirada honesta a la  realidad educacional chilena plagada de sostenedores limítrofes, profesores aburridos y cerdos infectados de codicia. A mi juicio el cuento más logrado.     
SANTO SUDACA:  Es un texto de varios planos visuales, donde los personajes están configurados como una maqueta que actúa en función de una realidad absurda que los tiempos actuales  se han encargado de señalar a los que le sirven como esclavos de un sistema absurdo. Entran en acción personajes que son esbirros de sus obligaciones no cumplidas, ya que se dan cuenta que no sirven para nada. Recuerdo con este texto un filme “Cero en Conducta”  (1928), donde la droga entra a jugar un papel activo y a pasa a ser un estadio liberador, pero que finalmente conduce al abismo y al orden de lo oscuro.
GILBERTO SANGER: No es mucho lo que objetivamente puedo decir de esta caricatura gratuita a la que he sido víctima. Al final el  Santo Sudaca  termina con este ataque personal, símbolo del germen anti-ético e irreal por el que atraviesan muchos escritores desconocidos y con ganas de atrapar alguna daga  que los libere del oscuro anonimato.

 Señor Maldonado: Como bien habrá leído, ya he cumplido con el comentario que usted me ha encomendado. Se bien que usted tiene las cartas marcadas en esta historia y que mis apuntes jamás irán incorporados como prólogo a su libro. No soy tan santo ni tan sudaca como para no entender el juego al que me invita.    



PEGAFUERTE
                                         
                        “Y un charco grana se queda entre las tablas
de este pobre circo romano,

                                         Anónimo

     Furgencio se sintió ganador. Con instintivas muecas de coraje levantó los brazos. Era cierto, no era un sueño: tenía al molinense aturdido, entregado a no levantar la mandíbula, resuelto a olvidar el gesto numérico del  árbitro, resuelto a olvidar los 150.000 pesos de ganancia.
    Las neuronas de Furgen no mentían: alrededor de su delgada humanidad el gentío emocionado, de pie frente al milagro tantas veces prohibido. Faltaban segundos. Las  gargantas rompían la estridencia. El gordo de la segunda  fila subía los puños de su  camisa. Con golpes al aire mataba  los relojes. Los reproches caseros morían en la nada: "viejita, el boxeo no es bonito, pero putas que me entretiene".
    Ocho, nueve… ¡y diez! El  molinense intentó hacer la misma de Rocky II, pero las cuerdas eran de mantequilla. Los dedos morenos resbalaron entre la inconciencia de la lona. La toalla dio el veredicto. Todo estaba resuelto: "Furgencio Agenor Astudillo Astudillo es el nuevo campeón regional de los Minimoscas". El carnaval fue inevitable. La multitud enloquecida paseó al ganador en andas. Un muchacho eufórico lo envolvió con la bandera patria, mientras los gritos de "olé‚ olé‚ somos campeones  otra vez" estremecieron la memoria de un par de jubilados que veían en el púgil la reencarnación de sus ídolos empolvados. 
     ––Fíjate pos Mariano...  si este cabro tiene la misma pegá que Anastasio Lima. ¿Te acuerdas de ese cholo, Mariano?
     ––Verdad. Con razón le hacía tanta propaganda el chiquillo de la botica.
      Después de la premiación vino la ceremonia, y  al ceñirse el cinturón Fulgencio sintió un escalofrío de pies a cabeza. No había dudas, tocaba el cielo de los grandes. Los ojos de la gente exigían gratitud, un beso al  aire, un  grito de  guerra, cualquier cosa. De rodillas y abrazado al tricolor, pronunció las mágicas palabras: "Sin el apoyo de ustedes no  hubiera sido posible. Gracias mi Curicó lindo". Un segundo de  silencio inundó el recinto. Furgencio ya no era sólo el “Tyson  de las tortas": era el símbolo, la unión de toda una ciudad convencida en apoyar lo curicano, lo auténtico, lo  valedero. Se  tocó  el "We are the champion" de los ingleses Queen. Quebrado y abrazado a Rodolfo Guatelápiz Cabrera, su tío y  preparador  físico,  contestó a la   prensa.
     –Quiero agradecer a Bicicletas Urrutia, por todo el apoyo que siempre me ha dado, al Supermercado Gatica y en especial a mi mujer, que es lo más grande que el Señor me ha dado.
     ––¿Y ella por qué no vino a verlo? ¿Se pone nerviosa al verlo pelear?
     ––Los nervios siempre están,  pero uno es profesional y tiene que mentalizarse.
     ––Debe estar muy orgullosa de usted ¿No es verdad?
     ––Me siento  orgulloso de poder darle el triunfo a mi tierra, muchas gracias.
     
    Media hora después, todo era silencio. El Municipal de Curicó era una vieja  enferma  al amparo de la oscuridad. Los últimos ecos de la fantasía se esfumaban presurosos ante la presencia de Charly y de Don Polo, los barrenderos. Las luces se encendieron. La desnudez era implacable, arrugada, tosca: como el quejido de dos escobas repitiendo las mismas frases, los mismos insultos, las mismas quejas...
     ––¡Por la cresta la gente cochina! ¡Hasta huesos de pollo hay en los asientos!
     –– Don Polo, en los baños hay dos tazas quebradas.
     ––Como dice el Chino Ríos: no estoy ni ahí con que Furgencio haya ganado. Total, hay  que seguir trabajando igual.
     ––Oiga don Polo, hace rato que terminó la pelea y el loquito todavía está encerrado en el camarín. Capaz que esté contando el billete.
     ––Anda tú a saber. Capaz que esté pagando una manda... Ojalá salga luego porque hay que trapear y estoy re’  molido. 
     ––Charly,  ¿viste si salía agua caliente?
     ––Voy ir a mirar, capaz que el loco esté congelado.
    Ganara o perdiera, Furgencio había prometido encerrarse en el camarín. Sólo él y la Virgencita de Los Dolores conversarían  la pelea. La raquítica ampolleta, los baldes y las  toallas gastadas creaban en el púgil un cuadro de misericordia lastimera. Abrió el casillero, sacó las velas y encendió el ritual. La ducha había estado fría y sin jabón, ¿Pero qué importaba? Eran las pruebas del Señor. Siempre había sido así. ¡Sí! : tal vez  él era un cristiano salvado de los leones, y ahora estaba en la mazmorra desgarrado ante tanta gratitud.
     ––Virgencita de Los Dolores, siempre tuve confianza en mi pegada. En todo caso, jamás pensé que el Cochemaniaco podía durar tan poco. Furgencio está para grandes cosas. Con cualquiera pelea; esa es la realidad.
     ––¿Y por qué entonces te  corres siempre de nuestra pelea  ––le dijo de pronto su esposa que salió de entre las sombras–– ¿Las agallas te sirven para  puro dar puñetes?
     En esas palabras Furgencio sintió algo familiar. Dio vuelta la cara y  allí  estaba ella, Rosa Merelo, su conviviente de hacía ya dos años, que le venía a aclarar una situación seria, un problema conyugal muy específico: Hacía meses que el púgil no satisfacía a Rosa en sus deseos de cama. El fantasma de la eyaculación precoz había entrado sin avisar en el cuerpo de Astudillo. "Me  estoy yendo cortado muy luego", le confidenció a un  médico amigo, quien le respondió que el tema era sicológico. “No es pa’ la chacota”, le dijo a un buen amigo que le puso el "iñipiñi". Con el sudor de su mente consultó libros referentes al tema. De nada  sirvieron. Eran más complicados que los consejos radiales del programa “Sexo y vida” del doctor Galindo. Muchas noches combatió lo sicológico con piscolas cabezonas. Pero no resultaba. Cuando creía tener las riendas de su cuerpo, los galgos se esparcían rabiosos por el sendero. Volvían, es cierto, pero escapaban en cosa de instantes, a pesar de todas las cadenas. Llegó a pensar que el origen de todo era el pelotazo del Julito Cárcamo en la básica, “o el  golpe bajo que me dio el Chilote Pérez en lo de Puerto Montt". Para el campeón ya nada era cierto, ya ni siquiera se atrevía a enfrentar la situación. Optaba por lo simple: "estoy cansado mijita, mañana será otro día".
    Así habían pasado los últimos tiempos. Para alejarse de la diaria derrota, prefería no hablar del tema. Pero estaba entre la espada y la pared o, mejor dicho, entre el casillero y la lengua sin pelos de la Rosa.
     ––¿Y por qué  entonces te hay corrido de nuestros asuntos? ¿Las agallas te sirven para puro dar  puñetes?
     ––No se me ponga así, mi Rosita. Usted sabe a lo que me dedico. Ya lo conversamos.
     ––¡Sí, pero yo no quiero conversar!
     ––No es que no me guste la tontera. Lo que pasa es que usted está media gordita y...
     ––No me vengas con enredos, Furgencio. Eso de que "usted no está en su peso" se lo dirás a los giles cuando no querih pelear pelear, pero yo soy tu mujer y no un paquete. La otra vez me hallaste  flacucha, me puse en el peso que querías y…
     ––Es que usted siempre ha sido media fome pa’ sus cosas. Le acepto los reclamos,  pero cuando llegue a la casa téngame una cosita rica, un pollito asado, unos vinitos, ¿No se da cuenta que le gané al Cochemaniaco?
    ––Me importa un cuesco a quien  le hayas gana’o. Pero, en fin, ya  que  estas  tan  agallucho voy a prepararte alguna cosita. Todo sea para que  funciones como la gente.
    ––Hágalo mijita y le juro que...
    ––No me jures nada. Te espero en la casa y luego...
    Los pasos de Rosa se diluyeron por entre la soledad del gimnasio. Furgencio, al recoger los  pedazos de la Virgen de Los Dolores, no podía dejar de imaginar las palabras que balbuceaba entre los labios: "¿Y por qué no sacas ese pedazo de yeso? ¿No te basta con lo casta y pura que me tienes en el ring de cuatro perillas?".
     ––¡Cosita rica! ¿Para dónde va tan enojada?
     ––¡Cállate Charly! ¿No ves que es la mina del Furgencio?
    Eran las 4:47 de la noche y el campeón no llegaba a  casa. Las lágrimas de Rosa no se veían y no era por la oscuridad. Las escondía la rabia, las transformaba, las dirigía a un solo objetivo: realizar la pelea a como diera lugar. Eran las 6:15 cuando Furgencio apareció. Las llaves habían sido siempre su peor enemigo. La esquiva puerta por fin se abría al dueño de casa. Pese a las insistencias, Rodolfo "Guatelápiz" no se atrevió a entrar.
    ––¡Ya pos Jencho!... entra callao, otro día le seguimos dando...
     Había sido inevitable. La cervecita se había transformado en una jaba, la jaba en una  garrafa y ésta en un error garrafal. Se pisó los cordones y tropezó con la mesita del living. La mirada quedó estática, la boca entreabierta balbuceó excusas perdidas. Todo era muy "fácil y feliz". Le quedaban un par de billetes grandes, ¡le había quebrado la cara al molinense ¿y no iba a poder pegar un florerito! Se  pegaba mañana, con neopreno.  Ahora estaba muy cansado.
    El corazón de Rosa sintió el impacto. Estaba segura que Furgencio había quebrado la foto enmarcada, esa del verano en Pichilemu, cuando se conocieron. En esos tiempos sí que se sentía apetecida. Al bailar, su cintura era el pretexto para que los hombres dejaran de tomar. Mientras ella le decía a los tipos: "no gracias, me voy a pie", soñaba con encontrar algo que valiera la pena. Ese "algo" resultó ser Furgencio. Había estado toda la noche sentado detrás de un mar de botellas y tenía la nariz chata, como una liebre; sin embargo, ella lo vio distinto a los otros: le pareció un borracho sincero pero inteligente; por fin había dado en el clavo...
     ––¿Bailemos?...
     ––Bueno ya...

"Cuando me conociste te dije
que yo era parrandero".

    Se miraron y la risa fue espontánea.
      ––¿De qué parte vienes?
      ––Soy de Chimbarongo, ¿ubicas?
      ––Caché que todo los locos querían seducirte por lo linda, pero estoy seguro que por dentro eres el paraíso...
     Había encontrado al hombre de sus sueños, pero ¿acaso había descuidado los encantos que tenía en aquella quinta de recreo? No, no podía engañarse más: el  culpable era él. Se tomaron la foto al otro día, después de caminar por la arena, antes de los chocolitos, mientras escuchaba palabras bonitas. La ilusión había volado para no volver. Encerrada en el baño espantaba los recuerdos con colorete. Rosa quería volver a saborear la vainilla del comienzo. Las gaviotas jamás se perdían en el mar.
    Furgencio se afirmó en el pasillo. El espejo lo miró de cuerpo entero: "Shshsh no hagamos ruido porque o si no la negra". Se afirmó en su instinto, llegó al comedor. Al meter la mano en la panera se fijó en los dos platos, en el pollo frío, en el vino descorchado. Todo era silencio y entendió que  los pasos debían ser mudos. Se sacó los zapatos, estaba todo planeado: abriría la puerta, se  metería en la cama y al otro día lo clásico, prometer regalos: "Negrita, ¿le gustaría un viajecito a Chimbarongo?” Pasaría lo de siempre: quedaría rezongando en la cocina, pensando en los canastos de mimbre y en su madre. Finalmente, cerraría los ojos preguntando: "ya borrachín, los quieres  ¿fritos o revueltos?”.
    Abrió  la puerta del dormitorio. Ahí estaba su mujer, de pie, fumando en la ventana.
     ––¡No prendas la luz, Furgencio!
     La borracha visión del minimosca no hubiera podido hacerlo. Soltó los zapatos de la mano, carraspeó dos veces y se aventó en la silla. El olor a Derby era el único elemento que lo mantuvo despierto. Algo raro pasaba, porque la Rosa sólo había fumado dos veces: antes de pegarle a la vecina por unos líos de centro de madres, y antes de decirle que no podría darle hijos.
    ––El pequeño destello del cigarro era la alerta roja que iluminaba la eventual discusión. Rosa apretó los puños. La mirada celeste quedó estática en un punto de la calle. Las palabras brotaron secas al tragar el humo...
    ––Furgencio,  ¿no te acuerdas de nada?
    ––¡ Puta la hueá !  ¡No pude no más!
    ––¿Para qué te haces el enojado?
    ––¡Por la rechupalla!... ¡Uno se saca la cresta peleando y no le valoran na’!.
    ––¿Ahora vas a comprarme algo para dejarme callada?
    Buscó una rápida salida. Tambaleando se acercó a la Rosa, que le seguía dando la espalda. Al inicio fue con dudas. El púgil le puso sus manos en las caderas, con nervios, esperando el  forcejeo del rechazo. Ella quiso regañar y pisó con rabia la colilla. Los brazos tatuados le rodearon la humanidad. Rosa pensó en la quinta de recreo: ¿de nuevo era la excusa para espantar borracheras? El olor a pipeño era total, pero no importaba. Una dulce sonrisa salió de su entusiasmo.
    ––Jencho, ¿te gusta la bata que me puse?
     Furgencio recordó que la  bata se parecía a la de Polidoro Combonegro.
    ––¿De qué te ríes? –le preguntó su mujer.
    ––¡Chaaa!.. estoy borracho,  pero no ciego, está  más linda que nunca...
    ––Entonces relájate,  Jenchito.
    El minimosca no quiso sorpresas. La situación se le iba de las manos. Sólo había querido ser tierno, calmar los ánimos, nada más. Es seguro que Polidoro no causaba tanta impresión cuando se sacaba la bata. Los ojos del boxeador evadieron la ofrenda de Rosa; no deseaba recordar su fatalicorto placer. A la menor tentación los galgos le enloquecerían la dignidad. Era mejor enjaularlos. Desesperado, se escudó en la comprensión.
    ––Negrita, disculpe. Gracias por entender mi drama. Lo importante es lo de adentro. Güenas  nochesss... ttengo mucho Zzzzz...
    Un beso en la frente coronó el desencanto. La pintura corría por el rostro de Rosa y las palabras sobraban. Abrió el ropero y sacó un par de bolsos ¿Podría escapar del deseo que aún la quemaba? Las imágenes de lo prohibido le destrozaban la cordura. Sus fantasías estaban bajo tierra, bajo la esperanza, bajo un sinfín de pesadas cobijas. Lo primero que guardó fue un portaligas. Si este hablaba ¿qué podría haber contado? La  vida es  un juego, musitó, mientras guardaba un ludo, regalo de su padre, Don Rómulo Merelo. El siempre la había aconsejado: "Mijita, cuando pelee con alguien despídase siempre con la mejor palabra".
    ––Adiós Furgencio, esta relación ya no da para más. Estamos fritos, fritos...
    ––Mijita, fritos no, regueltosszzzzz...
     Rosa guardó los últimos recuerdos. Apoyada en la cómoda empezó a escribir en un papel. Quiso  decir muchas cosas, pero ya era tarde:
                                 

"Furgencio te lo díje con buenas palavras"


    Los minutos terminaron con la noche. La claridad insinuó su movimiento. Bocinazos, taconeos, el  tren a la distancia. Nada logró romper la paz del dormitorio. Baco y Dionisio se diluían entre las venas de un campeón que roncaba al ritmo de un profundo y mágico sueño. Furgencio se veía en Las Vegas, desafiando a Tyson, de igual a igual,  pues ahora era Peso Pesado. Ya no estaba Guatelápiz. Un  alemán le daba las últimas instrucciones. Era el título mundial. No podía fallarle a Don Polo; moriría si lo  derrotaban. Quería ganar rápido y como era su sueño lo liquidó al primer round.  Le asetó un gancho y lo tiró a las cuerdas. Tyson no lo resistió. Quiso seguir, pero pensó en sus hijos. Furgencio Agenor Astudillo Astudillo era el nuevo campeón mundial. La pequeña barra enrojecía de dicha. El público exigía palabras: "Bueno, en realidad yo quería felicitar a mi rival, porque igual es mi ídolo y cayó como campeón". Tyson abrazaba a Furgencio para reconocer el triunfo, para demostrar la humildad de los grandes. Pero Tyson no lo pudo resistir; nadie lo podía frenar: de un mordisco le arrancaba un pedazo de oreja a su colega.
    Furgencio despertó gritando. Había sido una pesadilla. ¿Pero por qué había sangre en la cama? Enloquecido se llevó las manos a su oreja. Estaba en su lugar. El dolor existía, pero mucho más abajo. Algo pasaba. No quería imaginarlo. Sintió un portazo, recordó el pollo frío, la promesa. Al apartar las sábanas de su cuerpo miró su entrepierna. Estaba  sentenciado: en la categoría amorosa Furgencio jamás volvería a pegar fuerte.








Claudio Andrés Maldonado (Curicó 1977) Es profesor de Lenguaje y Magíster en Pedagogía Universitaria. El año 2002 obtiene el primer premio en el concurso Literario Viento Sur Organizado por la Universidad Mayor de Temuco. En el año 2004 obtiene la beca de escritores nóveles del Fondo del Libro y la Lectura. En el año 2008 Organiza el primer encuentro de Narradores Frontera Boca arriba en el sur de Chile y publica su libro de cuentos Santo Sudaca (Editorial Fuga) Recientemente ha obtenido la beca de creación literaria para escritores profesionales del Fondo del Libro y la Lectura con su novela Piel de Gallina. Actualmente trabaja en la cárcel de varones de Temuco en un proyecto denominado Clínica de la Libertad y en dos universidades de Temuco impartiendo clases de literatura. Sus cuentos y artículos han sido publicados en revistas literarias como Jauría, Revista Remolinos del Perú y Revista La Grifo de Santiago.